Los Tres Principios de la Hermandad

La Hermandad de la Santísima Trinidad milita bajo tres principios que se yerguen como una bandera; son como líneas conductoras o actitudes que deben distinguir y sazonar su actividad y la vida de cada uno de sus caballeros y damas. Estos principios de la Hermandad son: Caridad, Verdad y Mística y deben ser un sello que marque el énfasis de sus obras e ilumine la vida de la fraternidad. La caridad se refiere al amor con que se ha de actuar en todo momento, como fraternidad o como individuo. Ella es la virtud teologal más excelente y contra ella no existe ley. La verdad se refiere al contenido cierto del Evangelio salvador, la sabiduría divina que debe ilustrar a los cristianos. Ella es la norma del ejercicio de la ciencia y el intelecto. El que es fiel a la verdad es hijo de la luz y nunca será alcanzado por el caos de la oscuridad. La mística aquí se refiere a la espiritualidad que debe caracterizar a los caballeros y damas, en cuanto a “camino de unión con Dios”. Es una adarga contra la secularización y el materialismo.

La Flor de lis o Fleur de lis, usada en el blasón de los Caballeros Trinitarios, simboliza entre otras cosas, los tres principios que rigen la Hermandad (caridiad, verdad y mística). El aro que ciñe los tres pétalos representa el espíritu caballeresco que ha de animar a los miembros de la Hermandad.

A continuación se explican más ampliamente los tres principios:

Caridad: Por “caridad” se entiende la praxis adecuada de la vida cristiana, implicando la vida moral. Este principio se pone de manifiesto mediante la guarda de los Mandamientos, las Bienaventuranzas, la Ley de Cristo. El principio de la caridad se realiza cuando se vive plenamente la Nueva Alianza, que se resume en el doble mandamiento del amor: “amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo”.10 Los Caballeros de la Trinidad están llamados a vivir en un “estado de caridad” y a impregnar de Caridad su cotidianidad. Viviendo en el amor es como se vive en la Nueva Alianza, pues éste es la esencia misma del Evangelio: Dios, que es amor, ha venido a redimir a la humanidad, entregándose totalmente hasta la Cruz. Contra el amor no hay ley y vivir en la caridad es participar de la esencia, la vida y el obrar mismo de Dios. El principio de la caridad ayuda a no caer en la mediocridad de la acción o a reducir la práctica de la caridad a unos actos puntuales y eventuales. El amor ha de ser afectivo y efectivo, misericordia creadora, patente y no ha de confundirse con asistencialismo o mera filantropía.

Verdad: Se entiende la “verdad” como el mensaje, la palabra o el Evangelio traído por el Verbo de Dios, mediante el cual el Padre ha querido decir su palabra definitiva a la humanidad. Una verdad que es recibida, guardada y entregada con fidelidad. Este principio implica el estudio asiduo y permanente de la doctrina cristiana, asida al magisterio de la Iglesia. Y no sólo se refiere al estudio de las verdades de la fe, sino de todo aquello que sea útil para la vida del hombre, lo saludable, lo bueno, lo excelente (formación cristiana y humana). Guardar este principio es más que profesar un credo ortodoxo, no basta con “adecuar la mente a la realidad”, es ser consecuente con la realidad de las cosas. Más que entenderla como una acción, hay que entenderla como una actitud de vida y una pasión: vivir en la verdad, amarla, buscarla con vehemencia, conservarla con celo y proclamarla con audacia y firmeza. Los Caballeros de la Trinidad están llamados a dar testimonio público de la Verdad divina que anima sus propias vidas y es capaz de iluminar toda la vida y actividad humanas. Adherirse a la verdad es adherirse a una persona: Jesucristo, él es la Verdad (Jn 14, 6) y en él se pude contemplar sin estorbo de sombras la realidad de cada cosa, ya que todo se mantiene en Él. Amar la verdad implica más que el estudio y la investigación. Implica recibir humildemente, asumir valientemente, guardar celosamente y trasmitir con ardor y prudencia el Misterio Revelado que se vuelve palabra salvadora del que lo recibe.

Mística: Se entiende la mística como el principio que lleva a cada caballero y dama a la vida de contemplación y oración. Si las notas de la Milicia son la caballeresca y la contemplativa, es porque los Caballeros y Damas de la Trinidad han de unir en una espiritualidad madura, la contemplación y la acción, la participación en la liturgia eclesial y la participación en el buen combate de la fe11, el estandarte de Cristo en una mano y el rosario en la otra. El hombre de oración, el “místico”, hace de toda su vida una liturgia, un culto agradable a Dios. Este principio se concreta ante todo en la práctica de la oración continua, la Liturgia de las Horas, la Eucaristía, el rezo del Santo Rosario, la frecuente lectura de la Palabra de Dios y la práctica de la Lectio Divina, el ejercicio de Viacrucis, la vida ascética, el ofrecimiento de las propias obras y toda la jornada a Dios, los pequeños actos de mortificación, etc. Por medio de estas prácticas el alma se va adentrando en el camino de la unión con Dios, que es en último término la finalidad de la mística: el crecimiento en la perfección de vida, la propia santificación. Unirse a Dios es “participar” en su propia esencia12, o sea, la “deificación” del hombre nuevo.

Por la mística se pueden vivir los dos principios anteriores en espíritu contemplativo. La mística no consiste en la ostentación de éxtasis frecuentes y extravagantes, sino en cumplir siempre la voluntad de Dios y descansar confiadamente en su Providencia. Ser místico es vivir con unción (ungido), que es lo mismo que vivir habitado por el Espíritu. Sólo los que cultiven una espiritualidad sólida, podrán resistir a los embates de este mundo, secularizado y materialista. En esta era cada vez más abiertamente anticristiana, sólo los místicos no naufragarán. El místico vive en una tensión: suspira por la unión con Dios, mientras que vive con los pies bien puestos en el suelo. Sería un error pensar que la mística lleva a un alejamiento de las demandas de este mundo; antes bien, debemos decir que el místico ha hecho cautivo su corazón en el corazón de Dios, y por esto puede llegar a ver con los ojos de Dios la realidad de este mundo y obrar en toda ocasión como corresponde. Por otra parte, el que no es místico, puede hacer muchas cosas y esforzarse en mucha actividad, pero andará como a tientas, en la oscuridad del activismo vacío, pues no atina al verdadero sentido y discernimiento según Dios; no sabrá dar respuestas acertadas, ni comprender la historia en clave salvadora, ni divisar los signos de los tiempos, ni reconocer a tiempo las artimañas del enemigo.

Notas y referencias:

10.  Cfr. Marcos 12, 33; Lucas 10,27; Gálatas 5, 14.

11. Cfr. 1 Timoteo 6,12; 2 Timoteo 4,7.

12. Cfr. 2 Pedro 1, 4.

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