María en la Trinidad Divina

Fotografía: Pablo Burmester

Por Dainier Lazo Deus, CM. OMSST.

Antes de empezar, aclaro que el presente escrito no es un trabajo sobre Teología Trinitaria, solo es una pequeña reflexión sobre nuestra Madre en relación con la Santísima Trinidad. Como lectura espiritual para esta reflexión tomaremos el Evangelio de Lucas: 1, 26-38. En esta lectura, se nos habla sobre el anuncio del nacimiento de Jesús. En esa escena nos encontramos frente al diálogo entre el Arcángel Gabriel y María.

En éste pasaje se nos permite asomarnos a esta relación peculiar y única entre María y la Santísima Trinidad. Una unidad entre esta mujer y el Dios Trino se sella con el “sí” de la Virgen. Nos unimos a la Iglesia cuando decimos que María es Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo.

Para iluminar mejor esta idea, permítanme citar una meditación de San Luis María de Grignion de Montfort sobre María y su relación con la Santísima Trinidad.

“El Eterno Padre no ha dado su único Hijo al mundo si no por medio de María…, no ha habido más que María que lo haya merecido y que haya obtenido gracia ante Dios…, (El Padre) se lo ha dado a María para que el mundo lo recibiese por ella. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para nuestra salvación, pero en María y por María. El Espíritu Santo ha formado a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido su asentimiento.”[1]

María, por así decirlo, es el nuevo tabernáculo; dentro de ella el Hijo de Dios se encarnará, tomará carne humana. Dios Hijo se abajará, para ser uno de nosotros, se nos asemejará en todo; menos en el pecado. El Hijo ha querido nacer de una mujer, María halló gracia ante los ojos del Padre para ser la madre de nuestro Señor. Pero Dios no coacciona la libertad, y pide el beneplácito de la Virgen para que el Hijo eterno se encarne. El Espíritu Santo descenderá hasta ella y la cubrirá con su sombra. Por ello, podemos confiar en que María participa en la obra de la Redención. No es sólo una espectadora de lo que está ocurriendo; tiene una participación decisiva. Su “fiat”[2] va a traer a Quien restablecerá la Alianza de Dios con su pueblo. El Creador asume la condición de criatura, en la Persona de ese “Hijo” que se gesta en su vientre y que será llamado Hijo del Altísimo.      

La Hija del Padre, obediente a la palabra.

¡Cuánto amor tendría Dios por María para que fuera escogida como Santuario del Verbo encarnado! No la escogió Dios de forma fortuita, fue elegida de entre todas las mujeres y preservada sin mancha, para “darnos” en ella al Hijo. Ningún tabernáculo sería tan perfecto, ni tan especial como en donde estuvo Dios Hijo.

La figura de María se contrapone con la de Eva.  Esta última, desobedeció la Palabra de Dios, mientras que María la acogió y le dijo “sí”. Si Eva muestra desconfianza ante la tentación, María confía totalmente en lo que el Ángel le comunica. Su sí es un sí desde la libertad de los hijos de Dios; no es obligada, Dios no quiere títeres, quiere hombres y mujeres libres. Así, con la obediencia a la Palabra y la aceptación en llevar dentro de sí al Verbo encarnado, podríamos decir que María es la primera seguidora del Mesías.

La Madre dignísima del Hijo.

La que llevaba al Rey y Señor del mundo se hace como Él, pequeña ante los demás. Es la sierva del Señor, la esclava. Sin pompas ni algarabías, María va a casa de Isabel a servir. La madre del Señor se hace la sierva. “El que quiera ser el más grande en el Reino de los Cielos que se haga el más pequeño ante sus hermanos”; “Yo vine a servir y no a ser servido”[3].

Desde la Encarnación María va con el Hijo, participa en su obra salvadora, es la corredentora[4]. Es la madre que lo acompaña hasta la Cruz, testimonio de fidelidad divina es ver a ese Hijo de la promesa despojado de todo, humillado y colgado en una cruz y aun así María permanece fiel, confía. En el momento más crucial el Hijo tiene una palabra a la madre y al discípulo. Y esa palabra nos la dice hoy a nosotros: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu madre”[5] Después de la Ascensión de Jesús, María está presente junto a los Apóstoles. Y así lo estará siempre junto a la Iglesia, junto a los seguidores del Hijo.[6]

La Esposa del Espíritu Santo

Para poder recibir la gracia de lo que hoy entendemos como Maternidad Divina, María debía estar llena de Aquel que es la fuerza y la verdad. El Espíritu Santo impulsó ese sí, sin que esto disminuyera la libertad de la elección. Ese mismo Espíritu la cubrió con su sombra y en ella nos entregó al Hijo. La impulsó a visitar a su prima Isabel. Y por la presencia divina en el seno virginal de María, la criatura que llevaba Isabel saltó de gozo, reconociendo la presencia de su Señor. Ante lo que Isabel, impulsada por el mismo Espíritu Santo, manifestó la grandeza de aquella que había dicho sí, reconociéndola como dichosa entre todas las mujeres. Y ese mismo Espíritu, infundió un cantico de alabanza de María a Dios, por tan gran regalo.       

Mis queridos cohermanos, Caballeros y Damas de la Trinidad, Nuestra Señora Inmaculada debe hacerse presente en toda nuestra vida espiritual, también como fraternidad. María es Auxilio y Protección de todos cuantos nos encomendamos a ella, por disposición y voluntad misma de la Santa Trinidad. Recordemos las palabras de Jesús en el momento de su mayor entrega: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu madre”.

¡AVE MARÍA PURÍSIMA!

¡SIN PECADO CONCEBIDA!


NOTAS Y REFERENCIAS:

[1] San Luis M. GRIGNION DE MONTFORT, Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, COMBEL EDITORIAL, S.A. 2006, pp. 22-23.

[2] “Hágase” en Español.

[3] Mt 20, 26. 28

[4] Para mayor información sobre el tema: http://www.5dogmamariano.org/corredencion-de-maria/

[5] Jn 19, 26-27

[6] Ap 12, 17.

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