
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey del Universo! Hemos llegado al último domingo del tiempo Ordinario y último domingo del año litúrgico. Domingo que la Iglesia quiere consagrar al núcleo de la misma predicación del Hijo de Dios, el Reino de Dios. Hoy es la Solemnidad de Cristo Rey.
La paradoja y contradicción del Reinado de Jesús
Y es curioso, pues aunque el Reino de Dios fue un tema medular en la Predicación de Jesucristo, él mismo no quiso presentarse con la imagen de Rey. Tuvo la oportunidad de aceptar una corona de oro y de recibir los honores de un rey humano, cuando después de la multiplicación de los panes, nos cuenta el Evangelio, que la multitud quiso proclamarlo como su rey, y él se escurrió escapándose de la multitud. Y la explicación de todo esto es una: Cristo nunca quiso para sí un titulo humano de rey. “Mi Reino no es de este mundo”, contestará el Maestro a Poncio Pilatos cuando éste le pregunte si en verdad es rey.
Recordemos que desde el principio de su ministerio ésta fue una de las tentaciones que le presentó Satanás. Mostrándole todos los reinos del mundo, le dijo: “te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, si me adoras…” Jesús solo quiso reinar en este mundo con el cetro del servicio y desde el trono del Calvario. Solo en el momento final, en el momento del desenlace final de su obra redentora, de la Pasión, el escarnio, la burla y la humillación mas terrible, quiso el Hijo de Dios aceptar una Corona, y ésta fue de espinas.
Cristo ha querido enseñarnos a todos nosotros como debe reinarse en este mundo, desde el servicio y desde la Cruz: “reinó Dios desde el madero”, decían los antiguos cristianos.

Cuando levantamos los ojos a los alto de la Cruz y contemplamos el letrero que pusieron sobre su cabeza, entonces podemos entender un poco la gran paradoja de su “Realeza”: “Jesús Nazareno, el Rey de los Judíos”.
Reinó Dios en el madero
Pero es muy oportuno y significativo que esta solemnidad de Cristo Rey se enmarque precisamente en el Calvario. Podemos decir, sin lugar a duda, que la realeza de Cristo debe ser comprendida en el misterio salvífíco de su Cruz y la redención del hombre. Cristo Jesús se afirma rey precisamente en el momento en que, en medio de los dolores, las incomprensiones y las blasfemias de los expectadores impíos, agoniza y muere. En verdad, es una realeza singular la suya, sólo pueden reconocerla los ojos de la fe: Regnavit a ligno Deus! (Dios reinó en el madero).
En el Sacrificio último y perfecto de la Cruz, Cristo estaba realizando plenamente su ministerio: como Sacerdote estaba uniendo literalmente a la tierra y al cielo por medio de su sangre. La deuda de Adán ha sido saldada. La senda que conduce al Padre ha quedado abierta a toda la humanidad. Como Profeta, con sus siete palabras dictadas desde la cátedra de la cruz, ha predicado su último discurso, ha dicho la palabra definitiva que le encomendó su Padre: “Consumatum est”( Todo está cumplido), la fuerza del amor que se entrega hasta una muerte de cruz habla más fuerte que todas los palabras juntas. El Padre ha dicho todo lo que tenía que decirnos, por medio de su Verbo. Y finalmente como Rey, nos ha dado la clave de su realeza, entregándose plenamente hasta la muerte por amor al Padre y a toda la humanidad. La noche anterior, durante la última Cena, después de lavarles los pies a sus apóstoles, Jesús les había dicho: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos.” (Jn 15, 13-14).
Nada mejor para comprender este Reinado suyo que el Prefacio a la Plegaria Eucarística que vamos a rezar más adelante en esta Misa:
“Porque has ungido con el óleo de la alegría, a tu Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, como Sacerdote eterno y Rey del universo, para que, ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana; y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un Reino eterno y universal: Reino de la verdad y de la vida, Reino de la santidad y de la gracia, Reino de la justicia, del amor y de la paz.
Ante este Rey tan magnífico y el proyecto de su Reino solo caben dos actitudes, curiosamente representadas en el mismo Calvario: dos cruces, una a cada lado del Rey; dos seres humanos necesitados de Dios; dos decisiones; dos destinos diferentes. Por un lado uno le increpa y maldice cerrándose a la salvación; por otro lado, el «el buen ladrón» le contempla con los ojos de la fe, lo reconoce como Salvador y le pide participar de su Reino.
También hoy en nuestros días se repite el mismo escenario, el estandarte del Rey Crucificado aparece ante los ojos de todos los hombres. Unos se burlan, se esconden o prefieren vagar lejos de él. Otros por el contrario le abrazan con todas sus consecuencias, aceptando el reto de la construcción del Reino y el proyecto salvador de Dios. ¿Cual será tu actitud? ¿Cuál será tu elección? El Reino de Dios sufre violencia y solo los fuertes pueden alcanzarlo (Mateo 11,12).
Venga a nosotros tu Reino
Jesús nos señaló ese Reino, que no es de este mundo, cuando nos enseñó a orar: «¡Venga tu reino!». Estas palabras han resonado e los corazones de los Apóstoles y misioneros de todos los tiempos que han gastado sus vidas y energías para extender los confines del Reino. Y este Reino solo se extiende y fructifica a golpe de misericordia.
Decía Orígenes en el tratado sobre la oración (25): «Sin duda, cuando pedimos que el reino de Dios venga a nosotros, lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con las palabras del Evangelio: «vendremos a él y haremos morada en él».»
¿Tú quieres ser un apóstol y misionero del Reino de Dios? Practica las obras de Misericordia, esas son tus armas y tu escudo, esas son tus herramientas para construir esta Nueva Ciudad:
Obras de misericordia espirituales: 1) Enseñar al que no sabe 2) Dar buen consejo al que lo necesita 3) Corregir al que se equivoca 4) Perdonar al que nos ofende 5) Consolar al triste 6) Sufrir con paciencia los defectos del prójimo 7) Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos. Obras de misericordia corporales: 1) Visitar a los enfermos 2) Dar de comer al hambriento 3) Dar de beber al sediento 4) Dar posada al peregrino 5) Vestir al desnudo 6) Visitar a los presos 7) Enterrar a los difuntos
Contemplemos el Rostro glorioso de Cristo Rey del Universo. A Él se orienta nuestra esperanza, Él es el objeto de nuestro amor y nuestra fe. Nadie como Él podrá comprender mejor nuestros dolores y sufrimientos. En Él y solo en Él, podemos encontrar la luz reconfortante y la confianza para entregarnos en las manos del Padre. Celebremos hoy este Reinado maravilloso de nuestro Salvador: que reine en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro hogar, en nuestra comunidad, en nuestro País, en todos y cada uno de los ámbitos de este mundo en los que nos movemos y existimos.
Este es un día de acción de gracias al Padre, por haber constituido Rey y Señor de todo a su Hijo Unigénito, Dios y Hombre verdadero, que se dignó trasladarnos de las tinieblas a su luz admirable. Oremos por tanto con las palabras de San Pablo: “Damos gracias a Dios Padre, que nos hizo dignos de participar de la herencia de los santos en la luz. Él nos arrancó del poder de las tinieblas, y nos trasladó el reino de su amado Hijo”. Amén.