
Hoy, queridos hermanos y hermanas, estamos ya a mitad del camino pascual. Y la Iglesia consagra este cuarto domingo de Pascua a la figura del Buen Pastor y, por tanto, es también la jornada mundial de oración por las vocaciones. Es un día especial para recordar y agradecer a aquellos sacerdotes que han sido importantes en nuestras vidas, aquellos que han marcado nuestra existencia con los sacramentos.
Hoy es el día del Buen Pastor, Jesucristo, que sigue llamando a hombres dentro de la Iglesia para que le acompañen en este ministerio «pastoral». Todos ellos, o mejor, todos nosotros, siguiendo las huellas de Cristo, tratamos de prolongar la obra del Hijo de Dios en este mundo: santificar a los fieles mediante los sacramentos, enseñar y predicar la Buena Nueva al pueblo; y, finalmente, gobernar la casa de Dios con humildad, caridad y paciencia.
Entrando de lleno en el tema de las lecturas del día, sólo quisiera centrarme en tres ideas que se deducen de ellas: en primer lugar, lo que no es un buen pastor; en segundo lugar, quién es el buen pastor, Jesucristo, describiéndole un poco; y en tercer lugar, qué hacemos en el contexto de ese rebaño.
Aunque no ha sido una de las lecturas de este domingo, porque estamos en el ciclo A de lecturas, no podemos dejar de acudir al libro de Ezequiel. En él Dios reprocha a través del profeta a los malos pastores de su tiempo.
En el capítulo 34, Dios se dirige a ellos acusándoles de ser negligentes en el cuidado de las ovejas (el pueblo de Israel). En lugar de proteger y guiar a su rebaño, los dirigentes se han enriquecido descuidando y explotando a los más débiles. Por su falta de amor, no son capaces de cuidar de las ovejas enfermas o descarriadas.
En el versículo 4, se lee: «Los pastores no han cuidado de las ovejas, sino que se han alimentado a sí mismos». En consecuencia, los pobres y los desprotegidos son abandonados y explotados por los dirigentes que deberían protegerlos.
No sin razón, Dios acabará haciendo una maravillosa proclamación (Ezequiel 34:9-16): «Por tanto, pastores, escuchad la palabra de Yahveh. Así dice Yahveh: Heme aquí contra los pastores: Reclamaré mi rebaño de sus manos y les quitaré de apacentar mi rebaño. Los pastores no se apacentarán más a sí mismos. Les arrancaré mis ovejas de la boca, y nunca más serán su presa (…). Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las haré descansar, dice Yahveh. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, curaré a la herida y consolaré a la enferma».
Definitivamente necesitábamos la visita del Verdadero Pastor.
En un contexto muy similar al denunciado por el profeta Ezequiel, Jesús de Nazaret se presenta diciendo: Yo soy el Buen Pastor, y doy mi vida por las ovejas. No es que alguien me quite la vida, soy yo quien quiero darla por amor a las ovejas. Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Las llamo y escuchan mi voz porque las llamo por su nombre. Todos los que me han precedido han sido ladrones y salteadores, pero he aquí que yo soy el Buen Pastor para defender y cuidar a todas las ovejas débiles. El verdadero Pastor va delante de las ovejas y las defiende, pero el falso pastor, el asalariado, sólo hace su trabajo por dinero. Y si ve venir al lobo, que puede ser cualquier peligro, abandona rápidamente su posición de Pastor y huye, porque no le interesan las ovejas y no siente amor por ellas. El verdadero Pastor, el bueno, da su vida por el bien de las ovejas.
Pero Jesús va más allá y se identifica con la puerta del redil: Yo soy la Puerta, si uno entra por mí se salvará. Y es en este punto donde aprovecho para terminar la tercera idea: ¿qué hacemos en este rebaño?
Para entender mejor a qué se refiere Jesús, primero debemos saber un poco cómo se las arreglaban aquellos campesinos para criar su ganado. La mayoría de las casas eran pequeñas, por lo que aquella gente humilde tenía que guardar a sus ovejas en un terreno cercado donde cabían muchas y con una sola puerta. Generalmente, a cargo de las ovejas había un guardián o pastor que las sacaba a pastar y las supervisaba todo el tiempo hasta que volvían al redil.
Como Cristo mismo es Pastor y Puerta a la vez, nosotros, que somos las ovejas del redil, que es la Iglesia, no sólo estamos llamados a escuchar su voz y seguirle, sino que Él mismo se convierte en la mediación y la condición para formar parte de este rebaño. Si alguien no entra por Cristo, que es la puerta, no puede formar parte del redil: «el que entre por mí se salvará». Los que pretenden entrar en comunión con los hijos de la Iglesia utilizando «ventanas alternativas» o saltando la valla, no son más que impostores y bandidos. Nuestra entrada en el redil sólo puede ser a través de Jesucristo, a la manera de Jesucristo, con el método de Jesucristo.
Un solo rebaño y un solo Pastor, lo que significa, una sola Iglesia con una sola autoridad, un solo Pueblo que acoge en su seno a todos los que quieran acercarse, pero siendo fieles a la voz del Pastor Supremo.
En nuestro redil hay ovejas de todos los colores y razas, lenguas, culturas, tradiciones. A veces hay ovejas rebeldes que quieren hacer lo que quieren a cualquier precio. Hay otras que quieren imponer su voluntad olvidando la voluntad del Buen Pastor. Hay otras que no saben por qué están en el rebaño y en cuanto otro pastor las llama, corren tras la voz de otro que no es el Buen Pastor. Pero, en definitiva, no estamos designados ni siquiera para juzgar a las ovejas.
Nuestra misión y nuestro objetivo es escuchar claramente la voz del pastor, distinguir la verdadera voz entre tantas voces y ruidos que resuenan a la vez. Pero para escuchar con claridad esta voz única hay que estar familiarizado con él por medio de la oración. Sólo así podremos escuchar con claridad su voz y seguir adonde él nos lleve. Y sólo él puede conducirnos por el camino que nos conviene. Pero este seguimiento del pastor no debe ser pasivo.
Aunque Cristo no ha compartido con nadie su función de puerta, pues nadie puede entrar si no es sólo a través de Él, lo que sí ha compartido es su función pastoral. Él es el Pastor Supremo, y tiene muchos colaboradores en la «pastoral». Tú también tienes la capacidad de colaborar con Cristo convirtiéndote en pastor y líder en la Iglesia. Tú también puedes ayudar a Cristo a cuidar y guiar a sus ovejas. Tú también puedes señalar al Pastor Divino y mostrar el buen pasto a tus hermanos. Tú también puedes consagrarte como Cristo a una vida de servicio, perseverancia y paciencia.
Aprovecha hoy y llama a ese sacerdote del que hace tiempo que no sabes nada, felicita de manera especial a esos buenos sacerdotes que han marcado tu vida personal y familiar. Recuerda que Dios está muy presente en los pequeños detalles. Tenemos el privilegio de contar con dos seminaristas en nuestra parroquia. Rezad por ellos, preguntadles cómo les va y, por supuesto, rezad mucho por ellos. Están deseando hacer como Jesús, dar su propia vida por amor a Dios y a su pueblo.