Homilía en la Ascensión del Señor

Queridos hermanos y hermanas,

Después de 40 días de pascua, hoy celebramos la Ascensión del Señor. Se trata de una ocasión trascendental en el calendario litúrgico, el Señor Jesús, después de cumplir su misión en la tierra, ascendió al cielo para sentarse a la derecha del Padre. La Ascensión marca la culminación del ministerio terrenal de Cristo y el cumplimiento del plan de Dios para nuestra salvación. Con la Ascensión de Cristo, no solo asciende al cielo su cuerpo glorioso, sino toda la humanidad. Esta naturaleza humana que el Verbo Eterno ha asumido, se unido en Cristo a la Trinidad de manera irrevocable e indisoluble.

Ya Jesús no está sujeto a las limitaciones del tiempo y el espacio. Él es el Hijo eterno de Dios, que trasciende todos los límites terrenales. Al ascender al cielo, demuestra su autoridad divina y reina sobre toda la creación. Se ha ido de este mundo, no para dejarnos huérfanos, sino para compartir con nosotros su victoria y su gloria. Si nosotros somos su Cuerpo (o sea, la Iglesia) y es nuestra Cabeza; Él ha subido para ir delante de nosotros y mostrarnos el sitio al que todos estamos llamados: la gloria eterna.  

En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, asistimos a los últimos momentos de la presencia terrena de Jesús. Después de su resurrección, se apareció a sus discípulos, probándoles que estaba vivo. Durante cuarenta días, les habló del reino de Dios y les preparó para su misión y finalmente les ordenó: “No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, (…) dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”.

La misión de la Iglesia no puede ser llevada a cabo con esfuerzos meramente humanos, sólo con la asistencia divina podían ser testigos de Cristo, no sólo en Jerusalén, sino también en Judea, Samaria y hasta los confines de la tierra.

Y es por ello también que San Pablo, en la segunda lectura, reza para que los Efesios reciban el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que se iluminen los ojos de sus corazones. Esta oración es también para nosotros. Si en nuestra misión evangelizadora y caritativa no somos movidos en todo momento por el Espíritu Santo, estaremos haciendo mucho activismo religioso, pero nunca la obra de Dios.  

Finalmente en el pasaje evangélico, San Mateo describe el último encuentro de Jesús con sus discípulos antes de su Ascensión. Toda autoridad se le ha dado en el cielo y en la tierra. Y con esta misma autoridad son enviados todos los discípulos a la gran comisión: Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. 

Esta sigue siendo hoy nuestra misión, independientemente del tiempo y del lugar.

Hoy quiero dejarles tres ideas, como de costumbre, para terminar la homilía.

Primera idea: La Misión, la Misión con mayúscula. Abracemos la invitación de la Misión. No se requiere un llamado especial para ser misionero en la Iglesia. La misión es para todos, cuenta con aristas fundamentales: proclamación de Jesucristo y obras de caridad. Los amigos de San Vicente de Paúl y los “Servidores del Servidor” saben bien lo que digo. Aquí en Jacksonville, 2023, hace mucha falta la misión de la Iglesia, y la Iglesia somos todos nosotros. Proclama a Jesucristo con tu vida, con tu comportamiento y sobre todas las cosas, con tu caridad. No hay testimonio más fuerte que el de la Caridad.

Segunda idea: Llénate del Espíritu Santo. No puedes hacer nada por Dios ni para Dios si primero no te llenas de Él en la oración. No puedes hacer nada para la gloria de Dios si no estás movido por el Espíritu Santo. Pide el Espíritu, invoca al Espíritu, alaba al Espíritu. El próximo sábado tendremos la Vigilia de Alabanza y Adoración al Espíritu Santo. Únete al pueblo santo de Dios y ten esta experiencia de Pentecostés en tu vida. Los discípulos aguardaron en el cenáculo hasta el día de Pentecostés para poder salir fuertes a la misión, por una sola razón: el agente eficiente de la Misión es el Espíritu Santo. Nosotros somos solo sus instrumentos.

Y tercera y última idea: Fija tus ojos en Jesús. Cristo ha subido a lo más alto para manifestar su victoria y compartir este triunfo con nosotros. Pero también para hacerse nuestro faro y nuestro guía. Él es el autor y el consumador de nuestra fe y nuestro camino. Él es el único modelo a seguir. Si pones tu mirada en los seres humanos y las capacidades humanas siempre terminarás defraudado. Pero si pones toda tu esperanza en Cristo, nunca tropezarás. Él ha inaugurado su Reino y nos ha hecho a todos ciudadanos de ese Reino por su muerte y resurrección. Nadie puede quitarte esta ciudadanía propia de los hijos de Dios. De seguro tendrás muchas pruebas y tentaciones por el camino, pero ninguna tendrá el poder suficiente de arrancarte de la mano de Dios. Depende de ti permanecer, depende de ti aferrarte de Jesús, depende de ti mantener tus ojos fijos en el.

Que por intercesión de María Santísima el Señor derrame abundantemente sobre nosotros los dones de su Santo Espíritu, para que llenos del valor y el coraje de los apóstoles abracemos el reto de la misión, siguiéndolo sólo a Él. Amén.

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