Alimento del Alma: El Gran Ayuno de Cuaresma


«Porque no luchamos contra la carne y la sangre …»
San Pablo

Por Rev. Dr. Robert J. Laws, III

Prior Titular, USA.

Muchos cristianos de diferentes tradiciones católicas y protestantes observan de alguna manera el tiempo de Cuaresma, el período de cuarenta días de preparación penitencial para la celebración de nuestra fiesta más grande, la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. El ayuno de Cuaresma es el período más solemne y más largo de abstinencia en el calendario de la Iglesia, y está marcado por el ayuno, la limosna y la oración. Los cuarenta días de la temporada siguen el modelo de los cuarenta días que Jesús ayunó en el desierto después de su bautismo, en preparación para la inauguración de su ministerio público. Como Jesús, la Madre Iglesia nos llama a un tiempo de oración y ayuno más intencional, para que podamos preparar nuestros corazones para celebrar la fiesta pascual.

La práctica real de ayunar varía de un lugar a otro, según la tradición cristiana, la cultura, la historia, etc. Se le pide a los ortodoxos que observen el ayuno más estricto, que es básicamente una dieta basada en verduras para la Cuaresma. Los ortodoxos también ayunan de la Santa Eucaristía los días de semana durante la Cuaresma, porque ven la Sagrada Eucaristía como un misterio pascual de nuestra comunión con el Señor Resucitado. Las prácticas de ayuno entre católicos romanos y anglicanos varían, pero generalmente se les pide a los fieles que ayunen el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y que observen los miércoles y viernes como días de abstinencia especial en los que no se come carne. Muchos cristianos también “renuncian” a algún placer como un pequeño ayuno prolongado durante la temporada de Cuaresma. Del mismo modo que el ejercicio físico fortalece el cuerpo, la abstinencia, el ayuno y la abnegación fortalecen la propia voluntad, de manera que se ajuste más y más a la voluntad de Dios en Cristo Jesús [1].

El ayuno es una práctica importante que pacifica nuestros deseos pecaminosos y despierta el deseo de vivir una vida de arrepentimiento y santidad, por medio de la cual nos acercarnos más a Dios. Pero, nuestro ayuno de Cuaresma no pretende ser una carga farisaica que muestre a los demás lo piadosos que somos. Las Sagradas Escrituras y la Sagrada Tradición nos obligan a ayunar; pero, no para demostrar alguna vena de santidad percibida. Jesús fue claro en sus instrucciones a sus discípulos con respecto al ayuno:

“Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mateo 6, 16-18)

El ayuno no es un fin en sí mismo. El ayuno es una forma de batalla espiritual, que nos fortalece para resistir esos males que en el mundo nos alejan de Dios. El ayuno es un alimento espiritual que nutre el alma para que sea más receptiva a la gracia transformadora de Dios. Ayunar es medicina para el alma, la cura de las heridas infligidas por el pecado y la prepara para recibir la vida misma de Dios. Nuestro ayuno ha de ser un medio intencional de crecer de gracia en gracia, en el amor y en la santidad. Hecho en secreto ante Dios, Quien al ver el deseo de nuestros corazones de acercarnos a Él, nos recompensará con el fruto del arrepentimiento y la gracia, de una vida santa arraigada en el amor y la caridad.

El ayuno es una práctica esencial en la vida cristiana y, sin embargo, un buen ayuno es más que simplemente abstenerse de comer. Nos abstenemos de comer para alimentarnos del verdadero alimento que nutre el alma, ese alimento espiritual que se consume a través de la oración y la meditación de las Sagradas Escrituras, y por la recepción fiel de la Sagrada Eucaristía. Además, el ayuno de la comida no es más que un signo externo del ayuno interno más verdadero al que somos llamados: el ayuno del pecado. “El beneficio del ayuno – enseña San Basilio el Grande – no se limita solo a la abstinencia de los alimentos, porque el verdadero ayuno es la erradicación de las malas acciones… No comes carne, pero lastimas a tu hermano… Un verdadero ayuno es la eliminación del mal, la moderación de lo que se dice, la supresión de la ira, los chismes malignos, las mentiras y el perjurio. La abstinencia de todo esto es el verdadero ayuno «. [2]

El verdadero ayuno, entonces, busca erradicar el mal al eliminar la inclinación de nuestros corazones al pecado. Nos motiva a realizar obras de misericordia, amor y caridad. Restaura nuestro deseo de ser buenos con nuestro prójimo, de alegrar los corazones de nuestros hermanos y hermanas compartiendo nuestro tiempo con ellos y entregándonos a ellos en un cuidado atento y amoroso. ¿De qué nos sirve ayunar de carne si no permitimos que el Espíritu Santo abra en nuestros corazones la fuente de la caridad, desbordando en buenas obras para los demás? Estas buenas obras, acompañadas de oración y ayuno, son las que preparan nuestras almas para recibir la gracia transformadora de Dios.

Esta atención amorosa a nuestros hermanos nos entrena a estar también atentos a los extraños que sufren necesidad. El profeta Isaías, llamando al pueblo a volverse arrepentido a Dios, los instó a practicar un ayuno en el que su abnegación les condujera al servicio humilde a los demás. Dice el Señor por boca del profeta:

¿No será éste el ayuno que yo elija?:

deshacer los nudos de la maldad,

soltar las coyundas del yugo,

dejar libres a los maltratados,

y arrancar todo yugo.

¿No será partir al hambriento tu pan,

y a los pobres sin hogar recibir en casa?

¿Que cuando veas a un desnudo le cubras,

y de tu semejante no te apartes? [3]

¿De qué nos sirve privarnos de la comida nosotros mismos y no aprender a compartirla con los hambrientos? ¿Qué beneficio hay en negarnos a nosotros mismos y no aprender que la humildad es el camino para levantar a los demás? ¿De qué sirven nuestras oraciones si no abrimos nuestros oídos para escuchar los gritos de los pobres, si no abrimos los ojos para ver a los desnudos y hambrientos, si no abrimos nuestras manos para compartir lo que Dios nos ha dado con ellos, si no abrimos nuestras bocas para denunciar su opresión por las fuerzas del mal en el mundo?

El verdadero objetivo del ayuno es suprimir nuestros apetitos egoístas, para que, liberados por la gracia de Dios, de nuestra esclavitud a nuestras voluntades pecaminosas, comencemos como la Santísima Madre de Dios, a decir SÍ a cada solicitud que Dios nos haga. Que como hijos obedientes, vivamos la compasión y la caridad y reflejemos la compasión de Dios rescatándonos de la oscuridad del pecado, y nos lleve al Reino de su Hijo, en el cual tenemos la redención: el perdón de los pecados. [4]

Que por la gracias de Dios todos nos esforcemos durante esta santa Cuaresma para negar nuestros propios deseos frente a los deseos de los otros, aprendamos a ser generosos con los demás, a dar nuestro tiempo y presencia amorosa a los que amamos, a ofrecer amor a nuestros hermanos con un cuidado atento. Que trabajemos por romper el yugo de la opresión de los pobres, que compartamos nuestro pan con los hambrientos, oremos por nuestros enemigos y perdonemos a quienes nos han lastimado. Este es el verdadero ayuno que Dios nos pide. Esta es la guerra espiritual que nos permitirá conquistar las fuerzas del pecado que tratan de alejarnos de Dios. Este es el remedio que curará todas las heridas de nuestras almas.

Referencias:

[1] Colosenses 3, 1-2; Tito 2, 12; Lucas 9, 23

[2] St.Basil the Great in “Lent: A Spiritual Spring of the Soul,” Alexander Mileant, from MISSIONARY LEAFLET 3 E ( Los Angeles: Holy Protection Russian Orthodox Church, 1997), p.3.

[3] Isaías 58, 6-7

[4] Colosenses 1, 13-14

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