
Por Dainier Lazo Deus, CM. OMSST.
“María es la mujer más encumbrada y la joya más noble de la cristiandad… Nunca podremos honrarla lo suficiente”.
Martín Lutero, Sermón, Navidad 1531.
Sabemos que de las ramificaciones de la “Reforma Protestante” han salido muchas denominaciones cristianas, dentro de las que existe un notable desprecio por la figura de la Virgen María, en gran parte de ellas. Se hallan, quizás, en un estado de “ceguera” ante la pureza y la gracia de María; una “ceguera” que no puede venir del buen espíritu. Esto puede entenderse, si partimos del hecho de que gracias a ella, con su “fiat”, Dios ha tomado carne, para destronar al Príncipe de las tinieblas y despojarlo de cualquier dominio sobre la raza humana, mediante su obra redentora. No es extraño pensar que el solo nombre de María debe provocar repulsa al demonio.
No obstante, curiosamente, Martín Lutero, el padre de la Reforma, así como otros iniciadores de la misma, tenía un especial cariño por la Virgen María. Atestigua esto un artículo suyo titulado “El Magnificat traducido y comentado”[1], escrito entre los años 1520 y 1521, en el que va exponiendo cada frase del cántico de la Virgen. Quien lo lea puede sorprenderse y quizás admirarse del trato cariñoso y respetuoso con el que Lutero se refería a María. No negó nunca su virginidad ni su maternidad divina.
Entonces, ¿por qué hoy hay tanto menosprecio hacia la “llena de gracia”? ¿Por qué se quiere destruir con insultos y ofensas el dulce nombre de María? ¿Cómo se puede entender que algunos de los seguidores de la Reforma, que pudieran tener a Lutero como padre, como ejemplo, actúen en contra de la madre de Jesús, nuestro Dios y Señor? Es el mimso Lutero quien piensa que “ella con justicia es llamada no solo madre del hombre, sino también la Madre de Dios” [2]
En la Navidad de 1529 predicará que “María es la Madre de Jesús y Madre de todos nosotros, aunque Cristo solamente fue quien reposó en su regazo… Si Él es nuestro, deberíamos estar en su lugar; ya que donde Él está debemos estar también nosotros y todo lo que Él tiene debe ser nuestro, y su madre es también nuestra madre”[3].
A los ojos de Lutero María es aquella venerable mujer que dijo sí a Dios, llegando a ser la madre del Redentor de los hombres. Triste es que hoy, tantos de los que dicen seguir los principios de la Reforma, no le tengan la misma estima a la mujer que dio a luz a nuestro Salvador; a quien el mismo Jesús dejó como maravilloso regalo al mundo, entregándola a san Juan con aquellas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; Hijo, ahí tienes a tu madre”[4]. Esta entrega realizada a san Juan representa la entrega a la comunidad de los discípulos de Jesús, y sus palabras deben resonar en cada cristiano hasta la eternidad: “Hijo, ahí tienes a tu madre”.
¡Ave María Purísima!
REFERENCIAS
[1] Para más información:
Consultar Texto (sitio luterano)
Consultar Texto (Universidad Pontificia de Salamanca)
[2] Sermón, Concordia. vol. 24. pág. 107.
[3] Sermón, Navidad, 1529.
[4] Juan 19, 26-27.