
Mis queridos hermanos. Estamos siendo testigos de lo que está sucediendo en diversas partes del mundo. Actos violentos contra la Iglesia, tanto contra los templos como contra sus piedras vivas. No es algo nuevo, por más de 2000 años la Iglesia ha sufrido, persecuciones. Y muchos han intentado destruirla; incluyendo algunos de sus “propios hijos”.
La Iglesia no es solo los templos, es el pueblo de Dios que se congrega. San Vicente de Paúl dirá que la Iglesia es una obra divina más que humana por lo que seguirá de pie a pesar de todas las calamidades que pueda pasar. Es una Iglesia Santa, que aunque constituida por pecadores, somos llamados por Dios a caminar hacia la santidad; a ser perfectos como nuestro Padre Dios es perfecto.
Realmente los poderes del mal, presentes en este mundo, no quieren que la obra de Dios se realice. Y constantemente atacan a la Iglesia externa e internamente. El demonio es un ser astuto y sabe cómo engañar al hombre, para que este se vaya alejando cada vez más del que es el Camino, la Verdad y la Vida.
Pero más fuerte que el poder del maligno es el poder de Dios Padre, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Es el poder del Hijo; Jesucristo, que desde su encarnación, pasión, muerte y resurrección ha roto las cadenas que tenían atados a los hombres, para redimirlos con su sangre, liberándolos de la muerte del pecado. Es también el poder del Espíritu Santo que le permite al hombre conocer aquello que Dios desea para su bien. Y no menor, es el poder de aquella mujer que dijo “Sí” para que Dios Hijo se encarnara, albergando en su seno, la Salvación del Mundo.
Nuestra Madre sufre, sufre al ver como se le pisotea, se le humilla, se le desprecia. Tanto los que sin conocerla le atacan de manera brutal, sin razón. Apoyándose en falsas premisas: “la libertad”, “la razón”, etc. Y más doloroso aun es ver como sus propios hijos, con sus acciones la ultrajan. Aun así, Ella vela por cada uno de ellos. Se muestra cercana por los que sufren, compartiendo sus penas y angustias. Una Madre que no abandona a ninguno de sus hijos, para presentarlos a Dios Padre.
No achaquemos el mal con el que el propio hombre obra a la Iglesia. Un árbol al caer puede hacer más ruido que cien árboles que van creciendo y embelleciendo el bosque. Me gusta la imagen que ofrece el Papa Francisco de la Iglesia como un hospital de campaña con heridos que buscan a Dios. Porque la inmensa mayoría de esas piedras vivas, son personas dañadas, laceradas por el mal presente en el mundo. Y siguiendo aquello que Jesús dice: “no necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a los justos, sino a pecadores” Mc 2 17. Todos necesitamos que el Señor nos sane, necesitamos entrar en ese hospital de campaña.
Amemos a la Iglesia, como amamos a nuestras madres. Amémosla a pesar de sus defectos; que son nuestros defectos. Ella nos aguarda como expresa una canción: “Una madre no se cansa de esperar”.
Autor: Dainier Lazo, CM.