La persona de María a la luz de la Revelación y el Dogma

“La amó y obró en ella maravillas;
la amó por sí mismo, la amó por nosotros;
se la dio a sí mismo y la dio a nosotros.”
Marialis Cultus, 56
La presente publicación intenta exponer sintéticamente la figura de María desde la teología magisterial de la Iglesia, tomando como base principalmente 4 documentos:
- Lumen Gentium, Capítulo VIII, del C.V.II, año 1964.[1]
- Marialis Cultus, de Pablo VI, año 1974.[2]
- Carta de la Congregación para la Educación Católica, año 1988.[3]
- Redemptoris Mater, de san Juan Pablo II, 1987.[4]
Igualmente, abordaremos la cuestión mariológica principalmente desde cuatro perspectivas:
- Bíblica
- Dogmática
- Litúrgica
- Pastoral – Devocional.
1. María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia: su importancia y necesidad
El estudio de la mariología debe verse dentro de todo el entramado teológico, no como una disciplina “estanco”. La figura de María es un elemento clave en toda la economía de la Salvación, siendo ella misma la escogida por Dios, en su libre designio, para inaugurar con su “fiat” la plenitud de los tiempos.
La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque “al llegar la plenitud de los tiempos”, el Hijo de Dios ha venido a encarnarse en su seno virginal.[5]
Y esto, por una libre y soberana disposición de Dios, que infinitamente sabio y misericordioso, para llevar a cabo la redención del mundo, “al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiésemos la adopción de hijos” (Ga 4, 4-5).[6]
Es por ello, que los fieles unidos a Cristo Cabeza y en comunión con todos sus santos, deben venerar también la memoria «en primer lugar de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo», ya que ella es, después de Cristo, la que “ocupa en la santa Iglesia el lugar más alto y a la vez más cercano a nosotros.”[7]
2. María en las Escrituras: su función en la economía de la salvación.
“Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Tradición venerable manifiestan de un modo cada vez más claro la función de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y vienen como a ponerla delante de los ojos.”[8] Ella es preanunciada proféticamente en muchos pasajes del Antiguo Testamento y finalmente presentada por el Nuevo, como una figura esencial en el proyecto de la salvación.
Anunciada en el Génesis: La Nueva Eva.
La figura de la mujer Madre del Redentor aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de la victoria sobre la serpiente, hecha a los primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3, 15).[9] Así son anunciados juntos, tanto el Que pisará la cabeza de la serpiente como la que le dará a luz.
Contemplada por los Profetas: La Hija de Sion.
Ella concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel (cf. Is 7,14; cf. Mi 5, 2-3; Mt 1, 22-23). Sobresaliendo así entre los humildes y pobres del Señor (los anawin), que confiadamente esperan y reciben de Él la salvación.
En esta Hija de Sión se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía, al tomar de ella la naturaleza humana el Hijo de Dios.[10]
María de Nazaret: La Virgen del “fíat”.
Con su “fiat”, María es introducida definitivamente en el misterio de Cristo, a través del acontecimiento de la anunciación del ángel.[11] Éste la saluda como la «llena de gracia» (cf. Lc 1, 28), y ella responde al mensajero celestial: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).”[12] De ahí que hablemos de la singular cooperación de María en la obra salvadora, que comienza a concretarse, en la historia humana, a partir de la encarnación del Verbo.
La Bienaventurada por siempre.
La primer “proclamación” de la maternidad divina que encontramos en el Evangelio de Lucas, donde María es llamada “madre de mi Señor”. La verdadera bienaventuranza de María hay que contemplarla en su cooperación con Cristo.[13] Esta bienaventuranza, proclamada por Isabel y referida a la fe de María en la salvación prometida (cf. Lc 1, 41-45), es la bienaventuranza que le profiere toda la iglesia por todas las generaciones en su culto de hiperdulía.
La fe de María puede compararse con la de Abraham, llamado por el Apóstol “nuestro padre en la fe” (cf. Rom 4, 12). En la economía salvífica la fe de Abraham constituye el comienzo de la Antigua Alianza; la fe de María en la anunciación da comienzo a la Nueva Alianza.[14]
La Madre del Enmanuel Salvador.
En el nacimiento de Jesús, aparece María, “llena de gozo, presentando a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal”[15]. La Madre del “Dios-con-nosotros” no es solamente la sede donde se sienta el Rey recién nacido. Ella le ha dado al Logos eterno, su carne y su sangre, síntesis de la humanidad que necesita ser asumida y redimida.
Madre oferente, futura víctima: “una espada atravesará tu alma”.
En el pasaje de la Presentación del Niño Jesús, María ofrece a su Hijo y se ofrece con el mismo. Habiendo “hecha la ofrenda propia de los pobres, lo presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2, 34-35).” En el Calvario terminará de cumplirse esta profecía.[16]
La Contemplativa obediente.
“Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las cosas de su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (cf. Lc 2, 41-51).”[17] Jesús aparece como Maestro entre los doctores, Él es la Sabiduría y la Palabra del Padre que ha venido a contarnos cómo es Él. María escucha las palabras de su Hijo Maestro, calla con docilidad y medita.
La Intercesora de Caná, la llave que abre la puerta de los signos de Cristo.
“En la vida pública de Jesús aparece su Madre desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2, 1-11).”[18]
La función materna de María se encuentra en las palabras dirigidas a los criados: “Haced lo que él os diga”. Ella es la portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse, para que se manifieste el poder salvífico.[19]
María, la discípula fiel entre los discípulos.
A lo largo del ministerio público de Jesús, María lo sigue de cerca como la más perfecta de los discípulos. Ella es la mejor discípula, tal como lo enseña Jesús, quien exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclama bienaventurados (cf. Mc 3, 35; Lc 11, 27-28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, tal como ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2, 29 y 51).[20]
Al pie de la Cruz, Madre de la Iglesia y de todos los vivientes en el orden de la gracia.
Se unió con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual se mantuvo erguida (cf. Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado.
María es constituida madre de todos los discípulos de su Hijo, al ser entregada por el mismo Cristo, agonizante en la cruz, como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo» (cf. Jn 19,26-27).[21] En Juan, el discípulo amado, están comprendidos todos los discípulos, quienes igualmente deben recibir a la Madre en su casa.
Madre orante en Pentecostés.
Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu, los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, “perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste” (Hch 1, 14).
También está María presente, implorando con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto con su sombra.[22]
La Mujer del Apocalipsis, Madre de Cristo y sus discípulos.
Aquella “enemistad”, anunciada al comienzo, es confirmada en el Apocalipsis, libro de las realidades últimas de la Iglesia y del mundo, donde vuelve de nuevo la señal de “la mujer”, que se presenta “vestida del sol”, y que da a luz a Aquel que regirá a las naciones (Ap 12, 1ss).
María está situada en el centro mismo de esta “enemistad”, de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación.[23]
3. La Santísima Virgen en la Teología Dogmática
El conocimiento del misterio de la Virgen contribuye a un conocimiento más profundo del misterio de Cristo, de la Iglesia y de la vocación del hombre.
En una buena mariología no hay peligro de restar al misterio de Cristo, pues en María «todo es relativo a Cristo» y «sólo en el misterio de Cristo se aclara plenamente su misterio».
Cuanto más la Iglesia profundiza en el misterio de Cristo, tanto más comprende la singular dignidad de su Madre y su papel en la historia de la salvación.[24]
Los Cuatro Dogmas Marianos.
A lo largo de la historia, la Iglesia ha reflexionado en la figura de María y su lugar singular en el misterio de Cristo. Cuatro son los dogmas que adornan la persona de la Virgen, y han sido proclamados por el Magisterio como:

- La Maternidad Divina (Madre de Dios, Theotokos): Concilio de Éfeso, año 431.
- La Perpetua Virginidad de María (María es virgen antes, durante y después del parto): Concilio II de Constantinopla, año 553.
- La Inmaculada Concepción de María (María concebida sin mancha de pecado original): Pío IX, Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854.
- La Asunción de la Virgen (María es llevada o asunta al cielo en cuerpo y alma, terminado el curso de su vida terrenal): Pío XII, Munificentissimus Deus, 1 de noviembre de 1950.
También haremos referencia a algunos títulos marianos.
Maternidad Divina (La Theotokos)
Este es el dogma primordial de María, sin éste los otros no tienen su razón de ser.
“Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor.”[25]
Perpetua Virginidad (La Aeiparthenos)
María es también la «Virgen-Madre», aquella que “por su fe y obediencia engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, sin contacto con hombre, sino cubierta por la sombra del Espíritu Santo”.[26]
Inmaculada Concepción
“Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo.”[27]
“Nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular.”[28]
Asunción al Cielo en cuerpo y alma
“Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna.”[29]
“Terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte”.[30]
Títulos Marianos
La Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de:
- Abogada
- Auxiliadora
- Socorro
- Mediadora
Lo cual ha de entenderse de tal manera, que no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.[31]
Madre de la Iglesia, Madre de los cristianos
Unida en la estirpe de Adán, con todos los hombres «es verdadera madre de los miembros (de Cristo)…, por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza».[32]
Ella es nuestra madre en el orden de la gracia, y esta maternidad perdura sin cesar desde la Anunciación hasta el Calvario, donde se mantuvo “sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos.”[33]
Mediadora
«Uno es el Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (1 Tm 2, 5-6). Sin embargo, la misión maternal de María para con nosotros no oscurece ni disminuye en modo alguno la mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder.[34]
Pero esta mediación es una participación en la única mediación de Cristo, pues: “Jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor… La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María.”[35]
Tipo y ejemplar acabadísimo de la Iglesia, Icono escatológico de la Iglesia.
María es miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia, que instruida por el Espíritu Santo, “la venera, como a madre amantísima, con afecto de piedad filial.”[36]
La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo de virgen y de madre.[37]
Nueva Eva
Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, como una nueva Eva, que presta su fe exenta de toda duda, no a la antigua serpiente, sino al mensajero de Dios (cf. Rm 8,29).[38]
«El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María… lo atado por Eva con su incredulidad, fue desatado por María mediante su fe». María es «Madre de los vivientes» porque «la muerte vino por Eva, pero la vida, por María».[39]
Cooperadora en la obra de la salvación
Consagrada totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres.[40]
“Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador.”[41]
Para la Marialis Cultus, María es:
- Virgen oyente: en la Anunciación.
- Virgen orante: en el Magníficat, en las bodas de Caná, a la espera de Pentecostés.
- Virgen – Madre.
- Virgen oferente: en la Presentación y en el Calvario ofrece a su propio Hijo.
- Maestra de vida espiritual: ella es modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios.[42]
En la Carta de la Congregación para la Educación Católica, María es:
- El fruto más espléndido de la redención
- La hija de su Hijo, como la llamaban los Padres de la Iglesia.
- La Madre Virgen
- La Esclava Fiel
- La Compañera del Redentor
- Miembro supereminente de la Iglesia
- Imagen escatológica y primicia de la Iglesia.[43]
4. María en la Liturgia (La Panagia)
María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres… es honrada por la Iglesia con un culto especial… Venerada con el título de «Madre de Dios», a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades.[44]
El culto a la Santísima Virgen
El culto actual a la Santísima Virgen es una derivación, una prolongación y un incremento incesante del culto que la Iglesia de todos los tiempos le ha tributado con escrupuloso estudio de la verdad y nobleza de formas.[45]
Este tiene su razón última en el designio insondable de Dios, el cual siendo caridad eterna y divina, lleva a cabo todo según un designio de amor: “la amó y obró en ella maravillas; la amó por sí mismo, la amó por nosotros; se la dio a sí mismo y la dio a nosotros.”[46]
La devoción a la Santísima Virgen, insertada en el cauce del único culto que «justa y merecidamente» se llama «cristiano» (en Cristo tiene su origen y eficacia), es un elemento cualificador de la genuina piedad de la Iglesia. Por tanto, corresponde un culto singular al puesto también singular que María ocupa dentro del plan redentor de Dios.[47] Este culto se distingue esencialmente del culto de adoración tributado a la Trinidad.
“El santo Concilio enseña y amonesta a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos y que observen escrupulosamente cuanto en los tiempos pasados fue decretado acerca del culto a las imágenes de Cristo, de la Santísima Virgen y de los santos.”[48]
La Virgen en la Liturgia Romana restaurada
El Calendario General, quiere resaltar la obra de la salvación en días determinados, distribuyendo en el ciclo anual todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación hasta la espera de su venida gloriosa, incluyendo la memoria de la Madre dentro del ciclo anual de los misterios del Hijo:
- Inmaculada Concepción, 8 de diciembre.
- Maternidad Divina, 1 de enero (unida a la Jornada mundial de la paz).
- Anunciación – Encarnación, 25 de marzo.
- Asunción, 15 de agosto.[49]
Después se han de considerar las celebraciones que conmemoran acontecimientos en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo:
- La Natividad de María (8 setiembre).
- La Visitación (31 mayo).
- La Virgen Dolorosa (15 setiembre).
- También la fiesta del 2 de febrero, a la que se ha restituido la denominación de la Presentación del Señor, como memoria conjunta del Hijo y de la Madre. Etc.[50]
5. María en la Devoción Popular
El Concilio Vaticano II exhorta a promover, junto al culto litúrgico, otras formas de piedad. Sin embargo, la veneración de los fieles hacia la Madre de Dios ha tomado formas diversas en que se manifiesta el desgaste del tiempo.
Por ello, se hace necesario una renovación que permita sustituir en ellas los elementos caducos, dar valor a los perennes e incorporar los nuevos datos doctrinales adquiridos por la reflexión teológica y los propuestos por el magisterio eclesiástico.[51]
Se exhorta a los teólogos y predicadores a:
- Abstenerse de toda exageración o de una excesiva mezquindad al tratar de María.
- Cultivar el estudio de la Escritura y la Tradición, bajo la dirección del Magisterio.
- Explicar rectamente los oficios y los privilegios de la Virgen, los cuales tienen por fin a Cristo.
- Evitar en las expresiones todo aquello que pueda inducir a error cualquier oyente.
- Recordar que la verdadera devoción no consiste en sentimentalismo estéril ni en vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a amar e imitar la excelencia de María.
Algunos principios básicos para orientar la devoción mariana en el trabajo pastoral
El culto de la Virgen debe tener una nota: Trinitaria, Cristológica y Eclesial.
Debe tener 4 orientaciones: Bíblica, litúrgica, ecuménica y antropológica.[52]
La finalidad última del culto a la bienaventurada Virgen es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en un vida absolutamente conforme a su voluntad.[53]
Anotaciones sobre dos ejercicios de piedad
El Ángelus: Se exhorta vivamente a mantener su rezo acostumbrado, donde y cuando sea posible. El Ángelus no necesita restauración, pues conserva toda su actualidad y frescura.
El Rosario: Cuidar la contemplación en su rezo. Sin ésta el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: «cuando oréis no seáis charlatanes como los paganos que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad» (Mt 6,7).[54]
Llamada de atención de la Congregación para la Educación Católica
La CEC llama especialmente la atención de los educadores de seminarios sobre la necesidad de suscitar una auténtica piedad mariana en los seminaristas, quienes serán un día los principales agentes de la pastoral de la Iglesia. De modo que éstos «con confianza filial amen y veneren a la Santísima Virgen María, que Jesucristo muriendo en la cruz dejó a su discípulo como Madre».[55]
La CEC con esta Carta quiere que los estudiantes y seminaristas:
- Adquieran un conocimiento completo y exacto de la Mariología.
- Alimente un amor auténtico a la Madre del Salvador.
- Desarrollen la capacidad de comunicar ese amor.[56]
6. María, signo de esperanza (LG 69)
Es motivo de gozo el que también entre los hermanos separados no falten quienes tributan el debido honor a la Madre del Señor, especialmente entre los Orientales.
Se exhorta a que oren los fieles para que todas las familias de los pueblos, aún los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad.
6.1 María en el camino de la Unidad
San Juan Pablo II subraya cuán profundamente unidas se sienten la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y las antiguas Iglesias orientales por el amor y por la alabanza a la Theotókos.
En la liturgia bizantina, en todas las horas del Oficio divino, la alabanza a la Madre está unida a la alabanza al Hijo y a la que, por medio del Hijo, se eleva al Padre en el Espíritu Santo.[57]
Conclusiones
En todo esta síntesis, hemos podido constatar que no hay una justificación teológica válida para minusvalorar o no tomar en cuenta el papel de la Siempre Virgen María en el conjunto de todas las disciplinas teológicas. La Santa Madre de Dios está posicionada de modo único en la economía de la salvación y es presentada por la Revelación como la figura que más perfectamente ha cooperado en la obra redentora del Hijo de Dios, Quien ha querido también ser Hijo de María.
El misterio de María está presente en toda la Revelación. Primeramente como promesa, pero igualmente predestinada a una obra sin parangón, ser la puerta de entrada de Dios a este mundo. En la Nueva Alianza, María da su “sí” al proyecto divino, con entera libertad, y lo hace en nombre de toda la humanidad caída, aunque siendo ella preservada de toda mancha por virtud y deseo singularísimo de Dios. Ella inaugura la fe del Nuevo Testamento, dando carne, sangre y huesos al Verbo Eterno, ante la admiración de toda la creación.
Es por todo esto, que María es la Toda Santa y Hermosa, la criatura más perfecta y agraciada de la Santísima Trinidad. Ella, sin dejar de ser una de nuestra raza, es nuestra Madre en el orden de la gracia, es la Reina Madre del Rey Dios, y este misterio sobrepasa cualquier entendimiento. Solo nos queda hacer de esta síntesis una invitación a abismarnos en la alabanza de la Virgen Bienaventurada, cantando con la liturgia de nuestros hermanos de Oriente:
“Más gloriosa que los querubines e incomparablemente más valiosa que los serafines, que incorruptiblemente diste a luz a Dios Verbo, Santa Madre de Dios, verdaderamente te magnificamos”. Amén. [58]
Bibliografía
Concilio Ecuménico Vaticano II, Documentos. BAC, Madrid, 1987.
ROYO MARIN, A.: Teología y espiritualidad marianas. BAC, Madrid, 1997.
MARTINEZ DAIMIEL, C.: Introducción a la mariología, CEIT. Santo Domingo, 2017.
Notas y Referencias:
[1] A partir de este momento, el documento Lumen Gentium será citado como LG.
[2] A partir de este momento, el documento Marialis Cultus será citado como MC.
[3] A partir de este momento, la Carta de la Congregación para la Educación Católica será citado como CCEC.
[4] A partir de este momento, el documento Redemptoris Mater será citado como RM.
[5] RM 1.
[6] LG 52.
[7] LG 52; 54.
[8] LG 55.
[9] Ib.
[10] Ib.
[11] RM 8.
[12] LG 56.
[13] LG 57.
[14] RM 14.
[15] LG 57.
[16] Ib.
[17] Ib.
[18] LG 58.
[19] RM 21.
[20] LG 58.
[21] LG 58.
[22] LG 59.
[23] RM 11.
[24] CCEC 18-19.
[25] LG 53.
[26] MC 15.
[27] LG 53.
[28] LG 56.
[29] LG 62.
[30] LG 59.
[31] LG 62.
[32] LG 53.
[33] LG 62
[34] LG 60.
[35] LG 62; RM 38-41.
[36] LG 53.
[37] LG 63; RM 42-47.
[38] LG 63.
[39] LG 56.
[40] Ib.
[41] LG 61.
[42] MC 16-23.
[43] CCEC 10-17.
[44] LG 66.
[45] MC 15.
[46] MC 56.
[47] MC Intr.
[48] LG 67.
[49] MC 2-10.
[50] MC 7-14.
[51] MC 24.
[52] MC 25-38.
[53] MC 39.
[54] MC 40-55.
[55] CCEC 33.
[56] CCEC 34.
[57] RM 31-32.
[58] Cf. Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo.