
Por Rev. Rubén de la Trinidad
En este capítulo 19 del Evangelio de San Lucas, se nos narra el encuentro de Jesús con Zaqueo. Entra Jesús en Jericó, aquella ciudad a la que Josué y sus hombres (tal como nos narra el Antiguo Testamento) había rodeado siete veces antes de que sus murallas cayeran y fuera finalmente conquistada. Quizás alcanzaba a ver el Señor el Monte de las Tentaciones a las afueras de la ciudad, desde dónde el Satanás le tentó mostrándole todos los reinos de la tierra. Jesús entraba a “la ciudad más antigua del mundo” como muchos le llaman por tener 11 mil años de historia; tan antigua como el mismo pecado del hombre.
Un encuentro de dos que se buscan
Es un encuentro de dos que buscan. Por un lado, Dios que busca salvar al pecador, y por el otro, el hombre que sabiendo que por sí mismo no puede saciar sus necesidades más profundas, aún con muchos bienes y riquezas, se desespera por encontrar ya no “algo”, sino a “Alguien” que satisfaga su alma de sentido. Perfectamente se le puede aplicar a este suspiro del alma, los primeros versos del Salmo 41: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Y en este “buscar” Jesús, haciendo honor a su nombre, que significa Yahveh salva, tiene la iniciativa. Más que ir al encuentro de una ciudad o de una multitud que va siguiéndole por el camino, viene al encuentro de una persona concreta, de un hombre con nombre propio: Zaqueo.
Por supuesto Zaqueo no lo sospecha, se deja envolver por la algarabía de la gente que anuncia que está pasando el Maestro por las calles de Jericó.
Aquel hombre de pequeña estatura que busca a Jesús con la mirada, sabe que en aquel Maestro itinerante hay algo que ni todo su dinero le puede conseguir. Por eso se las apaña hasta que consigue subirse a un sicómoro para contemplarlo mejor al pasar. Subiendo a aquel árbol estaba, sin saberlo, iniciando el camino de su propia conversión.
Si los judíos mostraban rechazo por los publicanos al considerarlos ladrones y vendepatrias, imaginen cuánto mayor repudio le mostrarían a Zaqueo, siendo no publicano, sino jefe de publicanos.
El sistema de recaudación de impuestos de aquella época era el siguiente: el jefe de cobradores de impuestos se ajustaba con los Romanos en una cierta cantidad impuestos que debía entregarles según el contrato, al ser tan extenso el trabajo, éste contraba a su vez muchos cobradores de impuestos que hacían el trabajo duro. Una vez que el el jefe cobrador de impuestos había cumplido con la suma del contrato, se quedaba con el excedente, de ahí que fueran ricos a causa de su extorsión y corrupción.
Mucho dinero habría acumulado Zaqueo en aquel oficio sin dudas a lo largo de los años.
La gran sorpresa para Zaqueo es encontrarse con alguien que ya le conocía personal e íntimamente. Descubrirse a sí mismo conocido por Quien él quería conocer. Y en esto consiste la clave de la salvación: dejarse encontrar por Dios. Y es que tal como dice San Agustín “Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él”.
La mirada y el llamado
Hay un detalle hermoso en el texto: la mirada y la llamada de Jesús. Al llegar a aquel sitio, Jesús alzó la mirada, le miró a los ojos y lo llamó por su nombre: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy conviene que me quede yo en tu casa”. Zaqueo bajó de inmediato y le recibió con gran alegría en su casa. El llamado de Jesús es más importante que la murmuración de los que no entienden la misericordia de Dios ni entienden qué es la conversión.
La resolución de Zaqueo (reparación)
Zaqueo estremecido profundamente y, puesto de pie, dice el texto, proclama en alta voz su resolución: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres y si en algo he defraudado a alguien le devolveré cuatro veces más”. Su deseo de reparación no solo sigue la voz de su conciencia, sino también la ley judía y la romana que imponían la restitución cuádruple de los hurtos. Y con esta declaración demuestra su propósito de enmienda.
¿Cuántos de nosotros a la hora de confesarnos y recibir la penitencia del sacerdote esperamos reparaciones pequeñas, fáciles y casi risibles? A veces puede parecer que hasta regateamos mentalmente nuestras penitencias. Asistimos a la confesión arrepentidos, pero nos da miedo pagar las consecuencias de nuestras faltas, nos avergüenza reparar los daños, nos abochorna acudir a los que hemos “defraudado” para saldar nuestras deudas.
Concluyendo
De este hermoso pasaje del Evangelio que hoy se nos ha presentado, bien vale que rescatemos unos breves puntos para nuestra meditación:
Primero: que el deseo de Dios está profundamente enraizado en el corazón del hombre y de nada vale que queramos acallarlo, ocultarlo o reemplazarlo con cosas que no son Dios. El corazón del hombre está hecho para Dios y solo encontrará descanso en Él.
Segundo: que no importa la multitud de nuestros pecados para comenzar un camino de regreso a Dios. Zaqueo sabía que era despreciado por el pueblo, sabía que todos lo tenían como un gran pecador, no obstante se dejó llevar por el deseo latente en su corazón: “Buscad su rostro, tu rostro buscaré” reza el Salmo 27. Nada te detenga, “Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.
En tercer lugar: Zaqueo tuvo varios obstáculos que vencer a pesar de su entusiasmo por encontrarse con Jesús. La gente murmuraba contra él y era pequeño de estatura. El camino que conduce a Dios no es fácil. No basta con el sólo deseo. Zaqueo fue capaz de vencer estos obstáculos y terminó subiendo a un árbol, tal como lo haría un niño. Dejemos que el entusiasmo por una vida nueva nos lleve a una posición desde la que podamos contemplar al Señor más de cerca.
Y por último, no cerremos el corazón a su llamada, porque Él nos llama por nuestro nombre. “Si escucháis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón” dice el Salmo 95. Porque cada uno de nosotros tiene un momento oportuno. Así como pasó Jesús por Jericó para salvar a Zaqueo, así pasa hoy por tu vida y tu historia personal. HOY es el momento oportuno, HOY es el día de tu salvación. “Es necesario que HOY me quede en tu casa”, dice el Señor, HOY ha llegado la salvación a esta casa.
Cuando uno ha experimentado esta salvación, entonces puede apropiarse del fragmento de la Sabiduría que escuchamos en la primera lectura y rezarla en primera persona:
“Pero te compadeces de mí, porque todo lo puedes y pasas por alto mis pecados para que me arrepienta. Me amas y no me aborreces porque me hiciste; pues, si me odiaras, no me habrías creado. ¿Cómo subsistiría yo, si tú no me quisieras?, o ¿cómo me conservaría, si tú no me hubieras llamado? Pero tú eres indulgente conmigo, porque tuyo soy, Señor, amigo de la vida. Pues tu Soplo incorruptible está en mí. Por eso me corriges poco a poco, cuando caigo, me reprendes y recuerdas mi pecado, para que, apartándome del mal, crea (siempre) en ti, Señor.”
Que el Señor nos dé la gracia de este encuentro oportuno para que demos frutos de conversión. Que así sea.